Los cuencos tibetanos, también conocidos como cuencos cantores, tienen su origen en las vastas regiones de los Himalayas, entre los pueblos tibetanos, mongoles y chinos. Los auténticos cuencos tibetanos están compuestos por una aleación de siete metales (oro, plata, cobre, plomo, hierro, mercurio y estaño), en algunos cuenco se sabe que el hierro es de origen extraterrestre extraídos de los meteoritos que caen por aquellas zonas.
Los cuencos pueden producir tres o más tonos de forma simultanea y fluctuante, y cuando estos suenan junto a otros, su sonido es la resultante de todos los tonos y más los múltiples armónicos que estos producen. Cuando se toca un cuenco los que están cerca de él empiezan a vibrar por simpatía, a veces esas vibraciones no son audibles pero si se toca el cuenco se puede percibir que este se pone en movimiento.
Los cuencos tibetanos han sido creados con conciencia e intención y son utilizados como guías en ritos ceremoniales, el despertar de la conciencia y como terapia para tratar desarmonías tanto a nivel físico, psíquico, mental, emocional y espiritualmente. La terapia basada en el sonido, se basa en el principio de resonancia, por el cual una vibración más intensa y armónica contagia a otra más débil, disonante o no saludable. El principio de resonancia designa la capacidad que tiene la vibración de llegar más allá, a través de las ondas vibratorias y provocar una vibración similar en otro cuerpo. Es decir es la capacidad que tiene una frecuencia de modificar a otra frecuencia. Los armónicos que producen los cuencos son absorbidos por el cuerpo según este los va necesitando, aunque el cuenco produce varios amónicos solamente el cuenco capta los que le son necesario en ese momento, se podría decir que el cuenco en su generosidad cede al cuerpo eso que ahora le hace falta.
Un masaje, o baño de sonido, es una experiencia francamente agradable y que nos lleva a un estado de relajación profunda y de armonización energética.
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